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¿Sabes que el amor no siempre ha sido entendido de la misma manera? En cada momento de nuestra historia el amor ha ido evolucionando, desde entenderse como parte de la belleza a entenderse como....

PSICOLOGÍA

¿Qué es el amor?: desde la época clásica a algunos paradigmas actuales

... porque el concepto de amor también evoluciona

Definir el concepto de amor es algo complicado, pues éste se ha entendido de diferentes formas en las diferentes épocas y culturas. En este artículo conoceremos cinco formas de comprender el amor.

El amor es uno de esos exquisitos temas meramente humanos con impronta de universalidad que le ha valido ser privilegiado por el mito, la música, el teatro, la novela y las expresiones poéticas. Sin embargo, ya en la Antigüedad clásica germinaba el interés por vincular el amor con el saber, se plasmaba en sus lienzos para hacerlo partícipe de las cuestiones teoréticas.

Según el paradigma, la época o cultura a la que nos remitamos, el concepto de amor tiene tintes y matices diferentes. Así, por ejemplo, cuando hablamos del amor espiritual, del amor de madre, el amor en la época clásica o el amor estudiado desde la antropología o desde la bioquímica, hablamos de diferentes conceptos de amor o, mejor dicho, de diferentes dimensiones del concepto de amor, tratando, en todos ellos, de aproximarnos a lo que sentimos.

El amor no puede ir sin Venus: Antigüedad clásica

La argumentación teorética más concisa del mundo antiguo a propósito del amor se remonta a Platón (428-347 a. C), cuando en sus Diálogos sobre el Banquete del Amor memora el elogio de Pausanias que dice “el amor no puede ir sin Venus”, es decir, no se explica sin la belleza.

Todo esto antes del magistral cierre de Sócrates que invoca su conversación con la profetiza Diotima, señalando el lugar primordial del amor en los azares humanos; “El amor es más bien un demonio (genio), porque todo demonio ocupa el medio entre los dioses y los hombres...El amor comporta insatisfacción...Al que desea le falta la cosa que desea”. Se muestra el amor como complemento: “se ama lo que no se tiene”. Pero “el amor ama lo que es bello”. Luego hay que convenir en que el amor es amante de la sabiduría. Es el deseo de lo que es bueno y nos hace feliz (1).

El amor superior al bien: Modernidad

En el pensamiento de la modernidad en conjunción con la apoteosis del sujeto como centro del conocimiento, emerge el amor desmenuzado y “estatificado” como objeto de las ciencias.

Para L. Polo (1926-2013) “El amor es un trascendental antropológico superior al bien - Trascendental metafísico- que se corresponde con la capacidad esencial del hombre del aceptar, el dar y el don” (2). Precisamente desde el punto de vista antropológico, el amor es una bisagra en el entramado de rituales, costumbres y prácticas que contribuyen a fortalecer el lazo social.

La ciencia de la historia ha identificado el amor en el plexo de vida que, como componente esencial de las pasiones humanas, tiene lugar en la lista de los grandes motivos que funcionan como causa de relevantes acontecimientos históricos. En efecto, basta recordar que el derrumbe del reino de Egipto, las guerras civiles del siglo I en Roma y el ascenso de Octavio al poder absoluto, no pueden interpretarse objetivamente sino en conexión con los intríngulis amorosos entre Marco Antonio y Cleopatra (4).

El amor desde el prisma de la psicología

Por otra parte, el amor ha sido una de las temáticas más fértiles para la psicología.

En el Psicoanálisis de Freud (1856-1939), el amor es tratado como vinculado a Eros o principio del placer, opuesto a Tánatos que es un principio de destrucción. Ambas tendencias rigen en la vida psíquica. El amor es vida. Sin embargo, conviene observar que hay una polaridad del amor y el odio, pues los estudios de Freud muestran “no sólo que el odio es el compañero inesperado y constante del amor (ambivalencia) y muchas veces su precursor en las relaciones humanas, sino también que, bajo muy diversas condiciones, puede transformarse en amor, y éste en odio” (5).

De la poética a la bioquímica del amor

La investigadora Helen Fisher (1945) aborda el amor desde el paradigma de la neurobiología y, en este sentido sostiene que en el enamoramiento actúan a nivel cerebral componentes bioquímicos como la dopamina, la serotonina, los estrógenos y la testosterona. Es la “objetivación” del amor bajo el lente bioquímico, alejado de la rapsodia poética. Para esta autora, el amor deriva de tres circuitos cerebrales: El deseo sexual, el amor romántico y el apego (6).

El amor como reducción de la incertidumbre

Para la teoría sistémica de la sociedad elaborada por Niklas Luhmann (1927-1998), el amor es introducido como un medio de comunicación. A su juicio tiene la misma función que el poder, el dinero, la influencia y la confianza. Se trata de una lectura pragmática en la que el amor es funcionalizado para convertirlo en una suerte de vehículo intersubjetivo que transporta el afecto destinado a la reducción de la incertidumbre (proporcionando seguridad y sentimientos de protección en el que vivimos) y, por tanto, contribuyendo a la conservación del sistema social (7).

En esta peculiar interpretación, el amor es bajado de su nube sublime y se le reduce a medio o engranaje funcional del sistema. No obstante, en entonación existencial para la filosofía, la poesía, la antropología y la hermenéutica, parece claro que el amor es fundamentalmente un desafío, un impulso, una sensibilidad para hacer más grata a los hombres su estancia en el mundo.
 

Referencias

(1) Platón. (1978). Diálogos. Edit. Espasa-CALPE. Madrid. P.P.164 .ss.

(2) Polo, L. (2003). Antropología TrascendentalVol I, Pamplona. Eunsa. P.218

(3) Grimberg, Carl. (1984). Roma. Edit Printer Colombiana, cortesía de ediciones Daimon Barcelona. Bogotá. P.P. 207-211

(4) Freud, S. (1983). El Yo y el Ello. Ediciones Orbis. Barcelona, España. P. 34

(5) Fisher, H. (2020) Entrevista sobre el amor. El País.com.España.

(6) Wittgestein, L. (1988). Investigaciones Filosóficas. Editorial Crítica. Barcelona.

(7) Luhmann en Habermas, J. (1996). La Lógica de las Ciencias Sociales. Edit. Tecnos. Madrid. P. 367.

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